“VISION Y MIRADA”
Javier Vallhonrat
Hablar del instante fotográfico, es hacerlo de las coordenadas espacio-temporales a partir de las cuales el fotógrafo ha acometido, desde el nacimiento de la fotografía, una larga tarea: descubrir y capturar, a través de sus apariencias, la esencia oculta de las cosas.
Para su empresa, ha tenido en la cámara fotográfica el instrumento, la ventana, desde la que mirar la realidad: y, a través de esta mirada, transformarla otorgándole nuevos significados.
Fijar el acto de mirar, de este modo, se convierte en acto de apropiación de lo mirado.
Paradójicamente, la cámara fotográfica es, a la vez que instrumento de posesión, la barrera que separa al fotógrafo de su objeto, convirtiéndole así en voyeur y observador.
Tomy Ceballos salva esta distancia mediante un proceso en el que la mirada es sustituida por la visión.
Alimentado por la energía oculta en los mitos y arquetipos encarnados en el cuerpo humano, y el poder revelador de las formas sugeridas de la naturaleza, las imágenes de Tomy ponen de manifiesto la necesidad de relacionar creación visual con experiencia directa; y esto, lo consigue eludiendo la mirada.
En esta obra, lo que se define no es el punto de mira del fotógrafo-cazador, sino el espacio del artífice, oficiante y visionario.
En contacto con la esencia del proceso fotográfico, suspendido el tiempo por la acción directa de la luz sobre el soporte sensible, Tomy transforma una acción, de la que él mismo es parte físicamente directa, en un registro fotográfico donde el cuerpo manifiesta, a través del gesto, su poder revelador.Haciendo un doble uso de la química fotográfica, la realidad, reconstruida fantasmalmente por nuestra memoria, y el signo abstracto, ejerciendo su poder de acercarnos a lo primordial, colisionan para permitirnos alcanzar su visión: la de la esencia de las cosas.
Habitar lo digital
Pedro Medina
A Manfredo Tafuri le gustaba citar dos artículos del primer número de Das Andere en los que Adolf Loos reflexionaba sobre lo “moderno”, para reivindicar la figura del artesano, porque es el que realmente sabe hacer las cosas, es el Bau-meister que reúne conocimiento técnico y construcción. Hace unos años Richard Sennett defendió algo similar en El artesano, para llamar a la acción dentro de la actual sociedad de consumo, que olvida la excelencia y no piensa en aquellos conocimientos que constituyen la textura de la sociedad y la economía.
Frente a la nueva serie de Tomy Ceballos, donde lo digital cobra protagonismo, parece extraño esta referencia al “saber hacer” del artesano, más propio del mundo de lo manufacturado. Sin embargo, en la época de Hermes –que diría Michel Serres–, donde la comunicación está en el centro de las transformaciones sociales (ya patente en los años sesenta, pero que con la digitalización del mundo ha dado saltos agigantados), se hace necesaria también una reflexión sobre las formas que esta digitalización ha propiciado.
Tomy Ceballos, es un Bau-meister –en el sentido que anunciamos aquí– de la fotografía, es decir, un conocedor profundo de su técnica y sus posibilidades desde que literalmente “dibujara con luz” en los años noventa, para explorar continuamente las posibilidades de un medio que adora.
Esta inquietud le ha llevado ahora a “habitar” lo digital para reflejarlo desde sus adentros, transformando en atractiva realidad un lenguaje con frecuencia huidizo y frío. Explora sus arquitecturas, huellas de vidas por vivir, para descubrir una narración compleja y abierta a la multiplicación de las interpretaciones; una obra que se entrega al placer de la forma, pero tras la que residen hondas preocupaciones sobre el lenguaje usado y las derivas que proyecta.
Una de las consecuencias de este proceso es que parece desaparecer la memoria, aunque solamente en apariencia, ya que la pieza escultórica de la serie es, en realidad, un enlace sutil con décadas pasadas desde las que todavía emerge una luz que ha conocido sucesivas transformaciones, las de una fotografía que precisamente tiende a buscar las tres dimensiones.
Es este ensayo formal, desde una pureza de elementos mínimos, el que ahora permite que se asome una tridimensionalidad deseada, dando lugar a una nueva experiencia: la creación de lugar y no solamente su muestra, el proyecto de una arquitectura y un pensamiento que emerge desde el interior de la fotografía.
Y ello lo realiza sabiendo que en el fondo la fotografía no es más que un sistema de selección visual. De esta manera, y en esta época, una propuesta como la de Tomy Ceballos no puede ser entendida más que como la respuesta pertinente a este mundo en fuga y a la búsqueda de una forma desde la que narrar tal condición. En efecto, se asume aquí con todas sus consecuencias el diagnóstico reconocido por Joan Fontcuberta en La cámara de Pandora: “las fotografías analógicas tienden a significar fenómenos, las digitales, conceptos”. No es, por tanto, un trampantojo (“trampa ante el ojo”) lo que hallamos en esta serie, sino una verdadera especulación sobre un estilo que debe evolucionar por necesidad.
En definitiva, este periplo lingüístico permite que su obra se encamine hacia una gran síntesis, capaz de reunir las dimensiones arquitectónicas del hacer fotográfico, físico y digital. El objetivo: alcanzar una armónica composición de formas, color y vida, que provoque en el espectador una honda meditación sobre este fascinante medio y sobre los trayectos más sugestivos para experimentarlo, un periplo que necesariamente nos incitará a pensar otras derivas a la altura de nuestros tiempos.
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