Océanos Pacíficos

Todas las obras están realizadas con la técnica de la fotografía virtual utilizando el software profesional de modelado, animación, simulación y renderizado 3D Cinema 4D de la prestigiosa casa Maxon, y están impresas sobre lienzo blanco algodón 100 % con tintas duraderas de la mejor calidad.

Las imágenes son, capturas de esculturas digitales modeladas en el espacio virtual dentro del ordenador, definiendo todos los parámetros de la obra desde cero: dimensión, volúmenes, fondo, textura, color, luz. Casí todas las obras juegan con el blanco y negro dando lugar a unas composiciones donde prima el equilibrio y la quietud, conceptos que definen el título de la exposición “Océanos Pacíficos” y que como puede comprobarse en el texto poético de presentación de la muestra, se extiende a las pequeñas cosas inmateriales que traen esos momentos de calma, de inmersión en el universo creativo, como dice el autor “Hay que ser muy Pacífico para convertirse en un gran océano” y así de esta manera quedan abiertos a la interpretación del espectador.

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HABITAR LO DIGITAL

Pedro Medina

A Manfredo Tafuri le gustaba citar dos artículos del primer número de Das Andere en los que Adolf Loos reflexionaba sobre lo “moderno”, para reivindicar la figura del artesano, porque es el que realmente sabe hacer las cosas, es quien reúne conocimiento técnico y construcción. Hace unos años Richard Sennett defendió algo similar en El artesano, para llamar a la acción dentro de la actual sociedad de consumo, que olvida la excelencia y no piensa en aquellos conocimientos que constituyen la textura de la sociedad y la economía.

Frente a la nueva serie de Tomy Ceballos, donde lo digital cobra protagonismo, parece extraño esta referencia al “saber hacer” del artesano, más propio del mundo de lo manufacturado. Sin embargo, en la época de Hermes –que diría Michel Serres–, donde la comunicación está en el centro de las transformaciones sociales (ya patente en los años sesenta, y potenciada exponencialmente con la digitalización del mundo), se hace necesaria también una reflexión sobre las formas expresivas que esta digitalización ha propiciado.

Tomy Ceballos, ha demostrado en numerosas ocasiones ese “saber hacer” –en el sentido de Loos–, una maestría en el arte de la fotografía. En efecto, es un conocedor profundo de su técnica y sus posibilidades desde que literalmente “dibujara con luz” en los años noventa, y nunca ha dejado de explorar las posibilidades de un medio que adora. Es este ensayo formal, desde una pureza de elementos mínimos, el que ahora permite que se asome una tridimensionalidad deseada, dando lugar a una nueva experiencia: la creación de lugar y no solamente su muestra, el proyecto de una arquitectura y un pensamiento que emerge desde el interior de la fotografía.

Y ello lo realiza sabiendo que en el fondo la fotografía no es más que un sistema de selección visual. De esta manera, y en esta época, una propuesta como la de Tomy Ceballos no puede ser entendida más que como la respuesta pertinente a este mundo en fuga y a la búsqueda de una forma desde la que narrar tal condición.     En efecto, se asume aquí con todas sus consecuencias el diagnóstico reconocido por Joan Fontcuberta en La cámara de Pandora: “las fotografías analógicas tienden a signficar fenómenos, las digitales, conceptos”. No es, por tanto, un trampantojo (“trampa ante el ojo”) lo que hallamos en esta serie, sino una verdadera especulación sobre un estilo que debe evolucionar por necesidad.

En definitiva, este periplo lingüístico permite que su obra se encamine hacia una gran síntesis, capaz de reunir las dimensiones arquitectónicas del hacer fotográfico, físico y digital. El objetivo: alcanzar una armónica composición de formas, color y vida, que provoque en el espectador una honda meditación sobre este fascinante medio y sobre los trayectos más sugestivos para experimentarlo, un periplo que necesariamente nos incitará a pensar otras derivas a la altura de nuestros tiempos.

Esta inquietud le ha llevado ahora a “habitar” lo digital para reflejarlo desde sus adentros, transformando en atractiva realidad un lenguaje con frecuencia huidizo y frío. Explora sus arquitecturas, huellas de vidas por vivir,  para descubrir una narración compleja y abierta a la multiplicación de las interpretaciones; una obra que se entrega al placer de la forma, pero tras la que residen hondas preocupaciones sobre el lenguaje usado y las derivas que proyecta.

Una de las consecuencias de este proceso es que parece desaparecer la memoria, aunque solamente en apariencia, ya que la pieza escultórica de la serie es, en realidad, un enlace sutil con décadas pasadas desde las que todavía emerge una luz que ha conocido sucesivas transformaciones, las de una fotografía que precisamente tiende a buscar las tres dimensiones.