DE LAS OLAS COMO IMAGINACIÓN DEL AGUA

 


 Enric Mira y Cristina Guirao

“El ser consagrado al agua es un ser en el vértigo”

G. Bachelard. El agua y los sueños

El agua es una metáfora única para entender cómo funciona tanto nuestro cuerpo y mente como la naturaleza. Es un elemento que lo conecta todo. El deseo de las imágenes del agua expresa, de acuerdo con el filósofo Gastón Bachelard, el intento de hablar sobre “lo que subyace a lo visible en lugar de solo mostrar lo visible”. Ellas nos situarían al “borde de dos mundos interconectados: uno, un espacio interno, imaginativo o contemplativo y el otro, un mundo externo, dinámico y mágico de la naturaleza”. En verdad, las imágenes acuáticas suelen ser dinámicas e instables, al acecho de algo escurridizo. En el río rige la física de la corriente que fluye y se escapa, como el curso incesante del río heraclitiano en el que nunca nos bañaremos dos veces. En su movimiento, las olas también son imparables pero seducidas por la ondulación, agitadas por un juego de ir y venir. Sobre la arena, el agua marina más que fluir, fluctúa en una oscilación infinita. Fluvial o marina, el agua es esencialmente un elemento en tránsito que comparte el mismo destino del ser humano: el constante estar en desplazamiento que define su nomadismo territorial y el de su pensamiento.

En las playas de Calblanque, las noches de luna nueva han sido el “cuarto oscuro” donde Tomy Ceballos ha creado los olagramas que nos presenta en esta exposición. La técnica del fotograma se ha adaptado al medio acuático para lograr nuevos hallazgos estéticos: la densa huella de los cuerpos sólidos deja paso a las irisaciones producidas por la refracción de la luz a través de las olas.

Sus anteriores fotogramas ya escapaban al servilismo de la iconicidad. La transfusión directa de la realidad de cuerpos y objetos se hallaba envuelta por la gestualidad de texturas, formas y sombras. Otras veces, mediante la proyección de luces y reflejos, componía imágenes de puros signos abstractos, complejos y evocadores. Toda una economía simbólica emergía mediante el uso de diferentes procedimientos fotoquímicos. Sus imágenes lograban, así, una suerte de autonomía artística que transformaba su escueta semiótica indicial de partida.

Los olagramas retoman el lenguaje de la abstracción pero indagando en la naturaleza material del agua en continuo movimiento, en su energía agitada y su borbotear sobre la playa. Un papel fotosensible, acariciado por las suaves olas de la noche, es fugazmente iluminado por una luz de flash que golpea como queriendo horadar la capa de lo visible. El agua se extiende en la penumbra como una epidermis cimbreante, componiendo tapices en gris de esencia cristalina. En las imágenes obtenidas, la olas emergen con formas inciertas, convertidas en materia poética de una belleza enigmática: en imaginación del agua misma.

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